Fragmento de la novela " Una Mujer y otras cuatro"
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y vine aquí para hablar de cuando yo era tan pequeña y me ponían la marinerita y los shorcitos blancos y a mí me daba por asustarme aquello de que me gustaran más los shorcitos que las falditas y que mi papá, jugando siempre conmigo me dijera riéndose que, mira, mi niña, si me gano la lotería te compro un par de revólveres de oro y nácar y el mejor martillo y los mejores anzuelos para que pesques tamboriles y les rasques la barriga y se inflen hasta quererse reventar y te compramos un caballo y vas a ser el mejor vaquero de todos, mejor que los de las películas, y yo pensando que ya yo tengo anzuelos y bastantes tamboriles que pesco y ya tengo unos revólveres con manzana movible y tengo cartucheras y fundas y todo, y siempre estoy carpinteando con las herramientas de mi papá y toda esta conversación de la lotería me gusta porque es como soñar, pero siempre me asusta cuando llegamos a la parte de que vas a ser el mejor vaquero, porque aunque yo quiera yo sé que nunca voy a ser vaquero, y si se gana la lotería aprendo a montar el caballo que me compre, que bastante que me imagino atravesando como un bosque a toda velocidad, y mi mamá les dice a la vieja mora y a la vieja vizcaína que a mí no me gustan las muñecas y mira como lo cuenta una y otra vez con tanto orgullo como refiriéndose a algo muy especial de mí, de todo lo que yo soy y no digo nada, pero la verdad es que me gustan las muñecas, pero muy pocas, bien, bien poquitas, pero lo más aburrido es el juego de las niñas, y si los bebés fueran de verdad, bueno, eso sí que es rico y me dan hasta deseos de llorar y una cosa así como si me fuera a orinar porque un bebé es una cosa bien tiernita; pero a mí también me gusta correr bastante, pero bastante, con los shorcitos blancos y la marinerita, y si me encuentro algún varón que se meta conmigo, me gusta darle puñetazos y ganar yo y sentirme fuerte y correr bastante hasta que me voy y me preocupo porque me gustan tanto los shorcitos y hace meses que quise averiguar y me senté sin pantalones en el suelo y abrí las piernas y agaché la cabeza para mirar y nadie me va a coger aquí escondida detrás de la cama y miré bastante y no vi nada que me sorprendiera pero sí voy a ver lo que hay ahí dentro y estoy abierta y pensando y veo claritas todas las tablas del piso y allí, bien tranquilo, como tirado en el suelo, un clavito plateado, y esto mismo, que cogí el clavito y me abro bien y me lo empiezo a entrar para ver qué es lo que pasaba porque si el huequito se hace grande puedo ver mejor y voy a enterarme de todo lo que hay por allá dentro y ahora sí que me decido y empujo con el dedo la cabeza del clavito y el clavito se metió y no sale, y yo quiero que salga, y qué susto, el susto en el mismo corazón que me camina bien rápido, y me paro del rincón y me pongo el blúmer y me voy al baño y me quito el blúmer y trato de orinar parada y trato de orinar sentada y sale un chorrito pero lo otro sigue ahí y me quedo toda la mañana con esa preocupación, y todo el mediodía y ya por la tarde me bañan y aquello allí dentro y yo callada y sin hablar pero con nadie, y el susto, y estamos todos en el corredor de la calle y unos están sentados en el columpio verde y otros en el balance grande y en el balance chiquito y yo pensando que cuando me toque orinar, voy a buscar el orinalito porque así yo veo si sale aquello porque en el inodoro se me va y no lo veo, y cuando estoy pensando todo esto, el ardor por allí mismo, por todo aquello, ése es el clavito y ahora sí que me va a salir y cuando me voy a parar del taburetico viene corriendo Raglán, el negro bien prieto, prieto, hermano de Gwendolina, y todos son jamaiquinos y hablan como jamaiquinos y Raglán tiene como quince años y es un hombrón y bien flaco y alto, y Raglán está desesperado y le habla a mi mamá bien rápido, y mire, yo tengo que pasar ahora mismo, y mi mamá, pero Raglán, qué te pasa, y Raglán, bueno, al baño, ahora mismo, y Raglán ya estaba gritando, tengo que ir, tengo que ir! y mi mamá, pasa, hijo, corre, el baño, al fondo del pasillo, y yo a protestar porque yo sé que el clavito está a punto de salir y sigo protestando, mamá, que Raglán no vaya al baño, y mi mamá, no seas así, niña, que todos tenemos derecho, y yo, que yo también tengo derecho porque ya no puedo más, y entré y casi no podía correr por el pasillo porque aquello me empezaba a doler y empujé la puerta del baño y Raglán estaba en cuclillas, encaramado encima del cajón de madera que tiene un hueco en el medio por el que se ve el mar, y agarro el orinalito azul de unas pinticas blancas y lo iba a sacar de allí, pero en eso Raglán se para y quédate, que ya yo terminé, y se va del baño y me senté en el orinalito, y el chorro caliente, y el dolor, y pín, el sonido contra el metal, y me paré a mirar para estar bien segura y ahí está el clavito y ahora sí me voy tranquila para el corredor porque el fresco del mar es bien sabroso aunque a veces viene con alguna pestecita, y van pasando los meses y yo sigo en la misma escuelita de las Calderón, y la gente nada más que dice que son dos hermanas bien decentes y son mulatas elegantes, altas, empolvaditas, y a mí no me gusta la
escuela porque es difícil estar entre tanta gente, y lo mejor es la hora de la lección pero la hora de la lección casi nunca viene y cuando viene, siempre lo mismo, Cristo, A, B, C, y nos sientan mucho rato en estos bancos tan largos, y yo creo que lo mejor es venir a la escuela a investigar cosas, pero ya le pregunté a la viejita que es la mamá de las Calderón, óigame, para qué es esa tinaja tan grande, pero tan grande que está en el patio?
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