Editorial Plaza Mayor, San Juan, Puerto Rico, 2004

Fragmento de la novela " Una Mujer y otras cuatro"
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y
vine aquí para hablar de cuando yo era tan pequeña y me ponían la marinerita y los shorcitos blancos y a mí me daba por asustarme aquello de que me gustaran más los shorcitos que las falditas y que mi papá, jugando siempre conmigo me dijera riéndose que, mira, mi niña, si me gano la lotería te compro un par de revólveres de oro y nácar y el mejor martillo y los mejores anzuelos para que pesques tamboriles y les rasques la barriga y se inflen hasta quererse reventar y te compramos un caballo y vas a ser el mejor vaquero de todos, mejor que los de las películas, y yo pensando que ya yo tengo anzuelos y bastantes tamboriles que pesco y ya tengo unos revólveres con manzana movible y tengo cartucheras y fundas y todo, y siempre estoy carpinteando con las herramientas de mi papá y toda esta conversación de la lotería me gusta porque es como soñar, pero siempre me asusta cuando llegamos a la parte de que vas a ser el mejor vaquero, porque aunque yo quiera yo sé que nunca voy a ser vaquero, y si se gana la lotería aprendo a montar el caballo que me compre, que bastante que me imagino atravesando como un bosque a toda velocidad, y mi mamá les dice a la vieja mora y a la vieja vizcaína que a mí no me gustan las muñecas y mira como lo cuenta una y otra vez con tanto orgullo como refiriéndose a algo muy especial de mí, de todo lo que yo soy y no digo nada, pero la verdad es que me gustan las muñecas, pero muy pocas, bien, bien poquitas, pero lo más aburrido es el juego de las niñas, y si los bebés fueran de verdad, bueno, eso sí que es rico y me dan hasta deseos de llorar y una cosa así como si me fuera a orinar porque un bebé es una cosa bien tiernita; pero a mí también me gusta correr bastante, pero bastante, con los shorcitos blancos y la marinerita, y si me encuentro algún varón que se meta conmigo, me gusta darle puñetazos y ganar yo y sentirme fuerte y correr bastante hasta que me voy y me preocupo porque me gustan tanto los shorcitos y hace meses que quise averiguar y me senté sin pantalones en el suelo y abrí las piernas y agaché la cabeza para mirar y nadie me va a coger aquí escondida detrás de la cama y miré bastante y no vi nada que me sorprendiera pero sí voy a ver lo que hay ahí dentro y estoy abierta y pensando y veo claritas todas las tablas del piso y allí, bien tranquilo, como tirado en el suelo, un clavito plateado, y esto mismo, que cogí el clavito y me abro bien y me lo empiezo a entrar para ver qué es lo que pasaba porque si el huequito se hace grande puedo ver mejor y voy a enterarme de todo lo que hay por allá dentro y ahora sí que me decido y empujo con el dedo la cabeza del clavito y el clavito se metió y no sale, y yo quiero que salga, y qué susto, el susto en el mismo corazón que me camina bien rápido, y me paro del rincón y me pongo el blúmer y me voy al baño y me quito el blúmer y trato de orinar parada y trato de orinar sentada y sale un chorrito pero lo otro sigue ahí y me quedo toda la mañana con esa preocupación, y todo el mediodía y ya por la tarde me bañan y aquello allí dentro y yo callada y sin hablar pero con nadie, y el susto, y estamos todos en el corredor de la calle y unos están sentados en el columpio verde y otros en el balance grande y en el balance chiquito y yo pensando que cuando me toque orinar, voy a buscar el orinalito porque así yo veo si sale aquello porque en el inodoro se me va y no lo veo, y cuando estoy pensando todo esto, el ardor por allí mismo, por todo aquello, ése es el clavito y ahora sí que me va a salir y cuando me voy a parar del taburetico viene corriendo Raglán, el negro bien prieto, prieto, hermano de Gwendolina, y todos son jamaiquinos y hablan como jamaiquinos y Raglán tiene como quince años y es un hombrón y bien flaco y alto, y Raglán está desesperado y le habla a mi mamá bien rápido, y mire, yo tengo que pasar ahora mismo, y mi mamá, pero Raglán, qué te pasa, y Raglán, bueno, al baño, ahora mismo, y Raglán ya estaba gritando, tengo que ir, tengo que ir! y mi mamá, pasa, hijo, corre, el baño, al fondo del pasillo, y yo a protestar porque yo sé que el clavito está a punto de salir y sigo protestando, mamá, que Raglán no vaya al baño, y mi mamá, no seas así, niña, que todos tenemos derecho, y yo, que yo también tengo derecho porque ya no puedo más, y entré y casi no podía correr por el pasillo porque aquello me empezaba a doler y empujé la puerta del baño y Raglán estaba en cuclillas, encaramado encima del cajón de madera que tiene un hueco en el medio por el que se ve el mar, y agarro el orinalito azul de unas pinticas blancas y lo iba a sacar de allí, pero en eso Raglán se para y quédate, que ya yo terminé, y se va del baño y me senté en el orinalito, y el chorro caliente, y el dolor, y pín, el sonido contra el metal, y me paré a mirar para estar bien segura y ahí está el clavito y ahora sí me voy tranquila para el corredor porque el fresco del mar es bien sabroso aunque a veces viene con alguna pestecita, y van pasando los meses y yo sigo en la misma escuelita de las Calderón, y la gente nada más que dice que son dos hermanas bien decentes y son mulatas elegantes, altas, empolvaditas, y a mí no me gusta la escuela porque es difícil estar entre tanta gente, y lo mejor es la hora de la lección pero la hora de la lección casi nunca viene y cuando viene, siempre lo mismo, Cristo, A, B, C, y nos sientan mucho rato en estos bancos tan largos, y yo creo que lo mejor es venir a la escuela a investigar cosas, pero ya le pregunté a la viejita que es la mamá de las Calderón, óigame, para qué es esa tinaja tan grande, pero tan grande que está en el patio?

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Fragmento de: Para una lectura insular en la novelística de Mireya Robles.
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...Una suerte de “ in media res ”resultaría al lector el repaso aislado de Una mujer y otras cuatro, donde si seguimos al paralelo establecido entre protagonistas mujeres y la isla, asistiríamos al momento de la juventud que se extiende hacia una incipiente segunda edad o madurez de la nación que sigue escribiéndose y da sus primeros pasos hacia un “afuera” que en el caso cubano va a encontrar re-visitado asiento en los Estados Unidos.

La historia de Mochi, niña de Caimanera que va narrándose y girando en ascendente espiral hacia colegial de Guantánamo, universitaria de La Habana y emigrante a Norteamérica es sospechosamente -y de manera reiterada- la historia de una lesbiana (Narcisa lo anunció) que se asfixia en su contemplación y reconocimiento como ente marginal a la cultura familiar y social al uso. Así, busca pensarse y re-escribirse saltando y desestimando de paso, en forma escalonada, cada uno de los bordes que su génesis natural le propone.

El pueblo queda transgredido en el paso hacia la capital de provincia y esta a la del país y de La Habana a cualquier ciudad norteamericana en una eterna huida de sí, que es la búsqueda de lo esencial (si existiera) y la posibilidad de realización en términos de una plenitud que intramuros le queda vedada... pero que una vez saltadas las fronteras, tampoco consigue explayar.

Nuevamente la isla que corre incesante en la boca de sus antropólogos, de sus exegetas, de sus narradores todos. La isla en femenino que de tan ansiosa de encontrarse huye y se enamora de quienes le brinden acaso el reflejo que Narcisa no encontró en la familia (Cuba plural, inventada en los discursos) y para quien se ofreció en sacrificio.

Isla cansada, presa de un cansancio secular y que aún así necesita agarrar la mano de un cuerpo femenino, cuerpo amado que se le escapa, pero a quien le urge poseer para “ser” y no renunciar a su existencia... Mujer joven, plena y triste. Aquella que dialoga en su discurrir por el tiempo con cuatro cuerpos que le propician la mirada alterada o concisa de sí. Siempre insatisfecha. Siempre anhelante.

Un anhelo que quizá sólo consiga llenarse con la muerte... una muerte que sale a buscar de maneras disímiles y siempre eternas a través de un personaje obsesivo de ubicuidades: Pedro el largo; quien toma forma definitiva y lista para el final en la voz desgarrada de otra mujer.

 
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