Fragmento de la novela
" Hagiografía de Narcisa la Bella "
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Narcisa nació en pañales en un rincón de la Ciénaga de Zapata; se había jurado en el tercer mes de gestación de doña Flora que vendría a limpiar el nombre de su madre obligándola a un parto que habría de caer, inescapablemente, dentro del matrimonio ya legalizado; Manengo se apresuró a nacer, exigió nacer en cuanto don Pascual mancilló el blanquísimo honor de doña Flora; Narcisa la Bella sabía que ella había venido al mundo para redimir las faltas de los demás, para taparlas, para enardecer a las multitudes agradecidas, agradecidísimas de sus virtudes, de su perfección, de su rotunda forma de gritar que todo está hecho a su imagen y semejanza; que ella es hermosa y que por lo tanto, todo es hermoso; allí estaba Narcisa, en las orillas de la Ciénaga , porque al salir del profundo canal de doña Flora, decidió que el mundo no merecía verla así, tan de pronto; aún con todos los líquidos placentarios resbalándole por el cuerpo, decidió desintegrarse, evaporarse de aquella cama plantada en un cuarto de una casa de una calle de una cuadra de Baracoa y volar a la Ciénega a meditar sobre los filósofos griegos antes de permitirle al mundo que posara sus ojos sobre su cuerpo; allí, de espaldas al suelo húmedo, empezó a visualizarse el momento supremo en que, subida en una tribuna, oyera con adoración su oratoria lanzada a gritos: "República, República, Platón, Aristóteles, y cómo olvidar a Sócrates, Krishna, Krishna, Krishna"; su pequeño cuerpo se regocijó tanto en estas visiones, que Narcisa olvidó que doña Flora podría estar buscándola desesperadamente al ver que el túnel se le quedó vacío sin que apareciera por allí el hijo nacido de matrimonio legal; Narcisa hizo un esfuerzo, afinó el oído, y recogió la voz de su madre a través de los kilómetros que separan las dos provincias: Pascual, Pascual, ¿dónde rayos se metió ese muchacho? a mí que no me vengan, que yo no voy a pasar por todo esto de la paridera para nada, pero Pascual, y tú, ¿qué esperas? don Pascual continuó con su rostro eternamente cerrado y serio, y sin moverse, de pie, trató de pensar en cómo resolver la situación; Narcisa lo vio preocuparse y sintió una perversa alegría en su preocupación porque lo había oído decir muy claramente: mira, Flora, mi hija, eso que tú tienes ahí en la placenta, procura que sea un macho porque si es hembra, no quiero ni verla; al oír esto, Narcisa se había encogido en la placenta, sintiendo por vez primera un poco de terror; se pasó los ínfimos deditos índices por las ingles, más allá de las ingles, más al centro, y dolorosamente lo fue comprobando: ahí estaba la rajita minúscula que don Pascual parecía odiar en ella; día a día se dio a la tarea de comprobar, y a la hora de nacer, aún estaba ahí la rajita, tan imborrable, tan testaruda como siempre, y Narcisa pensó en su forma primera de jugarle la cabeza a su enemiga mayor: la realidad, y se armó del pañal con el cual nació para tapar la rajita; se dispuso a ir a su encuentro del grupo reunido alrededor de la cama materna, pero antes, por esa costumbre de repetirse las cosas, se dispuso a oír aquella voz de don Pascual, grabada en su memoria: mira, Flora, procura que eso que tienes ahí metido sea un macho porque ya con Manengo me fallaste, es un blando, Flora, es un blando, no me vengas con que es muy niño, si ya se ve por dónde viene; procura que eso que tienes ahí dentro sea un macho; Narcisa se desconectó de la voz a golpe de voluntad y se dedicó a la faena de desintegrarse, fue separándose, átomo a átomo sin olvidar el pañal que la cubría; se trasladó rápido, de un tirón, y llegó a tiempo para que don Pascual se viera salvado de la tarea de tener que hacer algo; pero mira, Flora, si ahí mismo está eso, con pañal y todo; Narcisa sintió un enorme deseo de volver al hueco que había dejado su pequeño cuerpo en el suelo mojado; pensó que era demasiado pronto para empezar la lucha que hasta el final de su historia estaría marcada por sus gestos exagerados y los gritos que le harían hinchar las venas del cuello; a ver, Pascual, vamos a ver, esto que acabo de parir, ¿verdad que está lindo? Narcisa oyó por primera vez la risa bobalicona seguida por el llanto con el que tantas veces identificaría a doña Flora; se dio cuenta de inmediato de que doña Flora había reído y llorado como reiría y lloraría siempre que le llegara a sus manos algo nuevo, lo cual alabaría de primera intención, automáticamente, como contenta de la reciente posesión sin detenerse a pensar si le gustaba o no lo que estaba viendo, para después determinar, qué lindo, chica, sí, qué lindo y volver a reírse bobaliconamente y volver a llorar, o para afirmar con cara de moño: esto no me gusta, para qué me traen esto si esto no lo uso yo; Narcisa presintió esta frase en los labios de doña Flora, la sintió venir, pero la frase se detuvo, se quedó detrás de los dientes frontales de doña Flora, adherida al arco superior; don Pascual, con su cara inmóvil de ídolo, se acercó al bulto; Narcisa sintió su mirada pegársele al cuerpo, colgársele al cuello y pensó que no era justo tener que llevar ese peso tan tempranamente...
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