Sobrevolando el sufrimiento
Joaquín Mª Aguirre Romero

Son tantos los libros que se publican; son tantos los libros que quedan ocultos, sepultados por las oleadas de los nuevos libros, que, en ocasiones, la crítica se convierte en arqueología, en desenterramiento. La muerte definitiva de Pedro el Largo, de Mireya Robles, se publicó en México en 1998. Demasiado tiempo para las páginas, absortas en la novedad, de los medios. Hoy ejercer la crítica es llevar un diario del día a día; diario lleno de olvidos, sacrificios, omisiones y desconocimientos. Afortunadamente, es la crítica la que está sujeta al calendario y no las obras, por más que se empeñen muchos. Hay obras que no merecen ni el olvido ni la invisibilidad, y ésta es una de ellas.

Acostumbrados como estamos a una literatura veloz , por muchas o pocas páginas que ocupen —veloz en su escritura, veloz en su lectura, veloz en su olvido—, La muerte definitiva de Pedro el Largo es una novela de ritmo propio, un ejercicio de estilo plenamente personal. La primera impresión ante la obra es de sorpresa. Nos encontramos ante un texto que huye de las fórmulas convencionales, con múltiples planos de la acción y de una polifonía tejida como un tapiz preciosista.

La muerte definitiva de Pedro el Largo es la historia de un abandono. Decir que trata de una historia de amor —de una profunda historia de amor— es no decir nada. ¿Dónde está la diferencia? ¿No tratan casi todas de eso? Sí, pero ahí está lo maravilloso del Arte: en la capacidad de seguir indagando en sentimientos comunes a través de nuevas fórmulas expresivas, de símbolos y metáforas.

La novela se estructura en tres planos contiguos que contienen diversos niveles de realidad ya que son emanación el uno del otro. El primer plano es el de la historia del abandono; el segundo, el que tiene por eje a Pedro el Largo, personaje fantástico, inmortal y que, precisamente por serlo, busca la fórmula de la muerte definitiva; el tercer plano son las diferentes formas en las que ese personaje, Pedro, se plasma históricamente, su avatares, podríamos decir.

En el primer plano nos encontramos con una historia de amor entre dos mujeres; un amor concluido, un amor roto. A la separación física, no sigue la separación psíquica . El recuerdo planea como una obsesión. De hecho, toda la obra, en última instancia, no es más que un diálogo con la ausente, figura hacia la que dirigen todos los pensamientos como una obsesión dolorosa. La creación, lo imaginado no puede escapar del tinte de esa obsesión y, como madero a la deriva, llega siempre a las mismas costas guiado por las más diversas corrientes.

De ese dolor surge la figura de Pedro el Largo, Pedro Matei, Pedro el del Guaso, figura desprendida de otra mente torturada, la del pintor Van Gogh. Figura múltiple, por encima del espacio y del tiempo, buscador de lo único que no está al alcance de su imaginación: la muerte. Pedro, caballero inexistente al modo de Calvino, receptáculo de la Palabra y portador de sus múltiples posibilidades: Profecía y Poesía; Pedro, buscador de la fórmula de la muerte definitiva..., él, inmortal como la Palabra misma. Para el sufriente, el dolor es inmortal; y la Palabra es el bálsamo que ha de aplicarse repetidamente sobre la herida.

La muerte definitiva de Pedro el Largo es una reflexión profunda sobre la debilidad de la mente humana y, a la vez, sobre su fortaleza; sobre la fragilidad del sentimiento y sobre la dureza del olvido. La obra es la narrativización de la Alquimia que supone en sí toda obra literaria. Ya lo expresó Baudelaire: Tú me diste tu barro y en oro lo troqué . El sufrimiento humano —y toda vida lo alberga— solo alcanza su sublimación al ser la simiente de la creación, el barro que se transmuta en el oro de la Palabra y convierte al poeta, según definición también baudelriana, en el alquimista más triste . La forma de acabar con el sufrimiento es convertirlo en algo bello, en símbolo, en mensaje encriptado , como se nos dice en las páginas finales. La muerte de Pedro es la muerte del dolor que lo causa, la muerte del dolor que solo se alivia cuando se disfraza de lo otro , de narración, envuelto en palabras. El dolor real tiene como producto —por efecto del distanciamiento que el arte produce, es decir, por la capacidad de, sin salir de uno mismo, ser otro— el humor del mundo de las historias de Pedro, su prodigiosa y fantástica vida. Dolor y humor, sufrimiento y risa se equilibran en la obra, pero sin discontinuidad. En el humor, como saben bien sus maestros, late el dolor. Por eso Pedro busca su muerte, porque su origen —su creación— procede del dolor profundo; por eso Pedro solo puede morir cuando muera el sentimiento del que ha surgido. Su muerte es un desvanecimiento que no puede ser otro que el del olvido o el de la catarsis artística: la alquimia de la palabra poética.

La muerte definitiva de Pedro el Largo es una gran novela, una obra de gran riqueza en su variedad de registros; una obra que contiene una poética —algo de lo que ya carecen casi todas—, una poética encarnada en su propio drama. Es también una reflexión sobre los tres únicos temas de los que todos los demás son derivación: el amor, el dolor y la muerte. Aunque puedan parecer tres elementos distintos, un mínimo grado de sabiduría —y en esta obra se superan esos mínimos— nos dice que están muy próximos, cuando no son son lo mismo. Con el amor tratamos de engañar a la muerte; con la fantasía tratamos, engañándonos también, de olvidar el dolor que el amor nos causa. Qué es el arte, sino el engaño de la muerte... Sherezade lo sabía; los demás, lo intuimos. Y esperamos la llegada de la muerte, sobrevolando el sufrimiento, escuchando historias.

Joaquín Mª Aguirre Romero
Universidad Complutense de Madrid

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
http://www.ucm.es/info/especulo/numero16/pedro.html
Año VIII, No. 16, noviembre 2000 - febrero 2001