HELEN MARTINS
Nieu Bethesda, Sudáfrica

Por: Mireya Robles

Domingo, Julio 23, 1989 - Salimos Anna Diegel y yo, de Goudini, balneario de aguas termales, siguiendo la N 1 hacia el Este hasta Beaufort West, donde tomamos la R 61 hasta Graaf-Reinet, un hermoso pueblo en el que nos detendríamos más adelante, sin la premura de llegar a Nieu Bethesda para vivir de cerca las esculturas de Helen Martins. Sabíamos que en el poblado de Nieu Bethesda había un templo budista donde nos habían dicho que daban alojamiento y teníamos pensado quedarnos allí.

Para ir de Graaf-Reinet a Nieu Bethesda hay que tomar la R 57 Norte y recorrer unos 27 kilómetros y de ahí se desvía uno hacia el Noroeste, a un camino de tierra entre las montañas llamadas Sneeuberg cuyo pico más alto es Compass Berg, con una altura de 2,502 metros. Hay, antes de llegar a Nieu Bethesda, una formación de roca masiva que se llama De Toren, que tal parece el torreón de una fortaleza que estuviera vigilando el valle del río Gats. Después de haber recorrido unos 50 kilómetros en total desde Graaf-Reinet, nos vimos a la entrada del poblado. La impresión fue alucinante: ¡parecía un pueblo fantasma! Las calles, de tierra. En algunas, de lado a lado, hileras de árboles de peras. Aparcamos el carro que habíamos alquilado y recorrimos a pie la calle principal: Martin Street. No se veía un alma por ningún sitio. Vimos una tienda, Bethesda Trading Company, pero estaba cerrada. Fuimos a la estación de policía y también estaba cerrada. Al pueblo, en el que aún no hay luz eléctrica, no han llegado las gasolineras, así es que no disponíamos de esas fuentes que generalmente son proveedoras de información. Tocamos en varias puertas que no se abrieron a nuestros toques. Por fin aparecieron en la calle, cerca de la tienda, un niño como de 10 años y dos niñas un poco mayores. Los tres, mulatos, hablaban en Afrikaans y no entendieron nuestras preguntas sobre el templo budista y la Casa de los Búhos. Nos seguían los tres por el pueblo y entendí que el niño quería dinero. No se lo di pensando que de inmediato se aparecería una tropa de niños escondidos en sabe Dios qué huecos del pueblo fantasma, de la cual, como sucede en la India , nos sería casi imposible deshacernos. Las niñas desistieron pronto. El niño seguía insistiendo en pedir. No se veían pobres ni hambreados como los niños de la India, pero me pesó profundamente no haberles dado la alegría que hubieran disfrutado con un par de rands. Al día siguiente, cuando regresamos a Nieu Bethesda, ya se habían desaparecido de las calles, nadie supo informarme dónde podría encontrarlos y se me quedó el dinero en el bolsillo, listo para ellos.

El domingo seguimos dando vueltas por el pueblo hasta que encontramos a una pareja de blancos, de unos 60 años de edad, quienes nos informaron que ya los budistas se habían ido del pueblo y que la casa de Helen Martins, The Owl House, la Casa de los Búhos, estaba a una cuadra y media de donde nos encontrábamos. Casi llegando a la casa, vimos a una pareja joven, con un perro. Los niños aun nos seguían. El joven de la pareja le preguntó al niño en Afrikaans, si sabía quién podía abrir la casa que estaba cerrada. El niño salió corriendo y poco después se apareció con una mulata alta, delgada, que hablaba mesuradamente, con una suave dignidad. Yo, atareada en sacar fotografías, no pude poner atención a lo que ella le estaba comentando a Anna, en inglés. Me entró una desesperación casi angustiosa por retener todo aquello, el mundo creado por Helen Martins, una mujer que durante los últimos 25 años de su vida se dedicó a crear esculturas de cemento inspiradas en el Rubáiyát de Omar Khayyam. La casa sería insignificante si no fuera porque ya, desde la entrada, en el porche, nos esperan unos búhos enormes, de cemento, con ojos de focos de automóviles. En el interior, en el comedor, está la presencia de Helen buscando luz, haciendo que esa luz se convierta en reflejos de colores logrados a base de espejos, quinqués, velas y vidrio molido en un molino de café. Una sorpresa en cada ángulo, a cada paso del recorrido: el cofre donde se habían depositado las cenizas de Helen Martins, vidrio molido en el cielo raso, en las paredes; Monalisa junto a una foto de Helen, un ejemplar del Rubáiyát , el molino de café, ropa antigua, como de la época del 20; un colchón por debajo del cual sale media muñeca de piernas largas, larguísimas, atravesada en el piso, como si quisiera deslizarse en él para salir; una cama angosta y larga, como para acomodar a ese hombre de siete pies de altura quien según los comentarios tal vez equivocados, visitaba a Helen después de las 10:00 de la noche; una hermosa foto de una mujer desnuda, de espaldas; en el baño, una bañadera de cemento hecha por ella, encabezada por la estatua de una mujer sentada en el borde. En el patio, a la izquierda, un horno de cemento donde cocía el pan. A la derecha, cerca de la tapia, en alto, como flotando en el aire, la palabra East y su equivalente en Afrikaans, Oos. A la izquierda de las letras, sostenida por un fino poste, una estrella de latón que movida por el aire, proyecta una luz que camina por el interior de la casa. En el espacio delimitado por el horno de cemento y la estrella, se yergue un mundo de figuras con los brazos extendidos hacia ese Este creado por Helen. Manos juntas, índices, dedos en abanico, siempre en alto, alzados hacia la estrella, señalándola, reconociéndola, adorándola, queriéndola alcanzar. Es el llamado Camel Yard, el Patio de los Camellos, un éxodo de seres extraños dirigiéndose a la luz. Aunque hay una especie de mezquita hecha de botellas y granjas con animales, el conjunto da la impresión de un pueblo en movimiento, en peregrinaje, como si estuviera de paso y a la vez formara parte del misterio atrapado en la dureza del cemento, en el arco triunfal señoreado por pájaros vigilantes, en las paredes en las que se repite en relieve, el rostro de Monalisa. Completando el conjunto, una serie de camellos destinados a sobrevivir las sequías del desierto. De pronto nos encontramos con figuras que rompen el tono de los peregrinos adoradores de la luz: una camarera con falda de botellas y torso de cemento sirviéndole una cerveza a un parroquiano holgazán que parece no querer molestarse ni en extender el brazo para agarrar la cerveza; un juglar haciendo maromas, arqueando su cuerpo, pies y manos en el piso, la cabeza hacia atrás, buscando la forma de perfeccionar el arco.

De nuevo en la calle Martin, le preguntamos a una señora como de unos 50 años, que si sabía dónde podíamos encontrar a los budistas. La señora, como casi todos los mulatos de la Provincia del Cabo, hablaba en Afrikaans, pero entendía inglés. Nos dijo que estaban en la casa donde había unas letras en la pared que ella no entendía, o que tal vez estarían en el taller de alfarería. Encontramos la casa con las letras en colores, que tampoco entendimos, parecían escritas en hindi. Tocamos a la puerta, que no se abrió a nuestro llamado. El taller de alfarería estaba también desierto. Decidimos regresar a Graaf-Reinet donde visitamos The Reinet House, construida en 1812 con su arquitectura de estilo holandés del Cabo, antiguo presbiterio y en la actualidad, un museo en cuyo patio hay una vid sembrada en 1870, con un sarmiento principal o tronco que se cree que sea el más ancho del mundo. Se me ocurrió preguntarle a Mrs. Every, la encargada del museo, si tenía alguna información sobre Helen Martins. Casi de inmediato me trajo un archivo con unos pocos artículos sobre Helen y con gran amabilidad, me dio fotocopias de todo lo que tenía. En un artículo del Sunday Times del 28 de marzo de 1982, se menciona que Helen, Miss Helen, como le decían en el pueblo, murió en 1976, a los 78 años. En el mismo periódico hay una entrevista con una tal Mrs. Claassen quien decía que al padre de Helen le gustaba la oscuridad y que había ordenado que pintaran su cuarto de negro. Mrs. Claassen también decía que ella iba a reunir a la familia de Helen para esparcir sus cenizas en La Casa de los Búhos, en El Patio de los Camellos, de acuerdo con la última voluntad de Helen. En esta entrevista, Mrs. Claassen se negó a dar detalles sobre la muerte de Helen porque "eso es escándalo del que no se debe hablar". Sólo declaró que Helen había dejado una nota en la que menciona el motivo que la llevó al suicidio.

Al día siguiente regresamos a Nieu Bethesda. Fuimos directo a La Casa de los Búhos. Esta vez había allí un encargado, negro, quien nos abrió la puerta. De nuevo, el asombro de estar en un mundo que nada tenía que ver con el dorp , con la aldea dormida que es Nieu Bethesda. En un panfleto turístico mencionaban que Mrs. Claassen era la guía oficial de La Casa de los Búhos. Le pedimos al encargado que nos indicara dónde vivía Mrs. Claassen y amablemente se ofreció a ir en el carro con nosotras para llevarnos a su casa.


El jardín de Mrs. Claassen era interesante aunque un poco abigarrado y barroco, con una fuente pequeña que servía de bebedero a los pájaros y un estrecho pasillo afeado de pronto por una caca de perro. A la izquierda, por una puerta que da acceso a la casa, se filtraba un delicioso olor a comida cocinándose que me hizo recordar que era la hora del almuerzo. A pesar de esta evidencia de casa habitada, nadie respondió a los toques del guía. No nos resignábamos a irnos así, con la huella truncada de Helen. Insistimos con el guía, ¿sabe usted de alguien que pueda darnos información? ¿Sabe usted de alguien que conociera a Helen Martins? Segundos después nos dirigíamos a otra casa de Martin Street. Esta vez la puerta se abrió para dejarnos ver a una mujer delgada, de mediana estatura, sonrisa espontánea, que deja bien al descubierto, unos dientes sanos, un poquito grandes. El guía explica y ella se muestra cordialmente dudosa: no cree que sea ella la persona que pueda ayudarnos, sí, conoció a Helen, pero ) qué puede decirnos de ella? Al fin accede con la misma cordialidad, sin parecer aún muy convencida. En la sala nos habla de cosas generales, siempre con la sonrisa fácil y un tono vivaz, de primavera. La sirvienta, una joven negra, nos sirve té mientras Freda van Heerden nos sigue hablando: tiene 58 años --que parecen 45--, enseña en Nieu Bethesda en una escuela de mulatos, pasa los fines de semana en una casa que tiene en Graaf-Reinet a la que piensa mudarse permanentemente cuando se retire, a los 60 años. Menciona a su amigo Athol Fugard. Sí, le comentamos, fuimos a su casa para que nos hablara de Helen Martins en quien se inspiró para escribir su obra The Road to Mecca (El camino a la Meca), pero no había nadie. Nos aclara: Athol está en Estados Unidos poniendo en escena una obra de él, My Africa, my Children . Sí, conoce de cerca a Athol, es más, él compró la casa en Nieu Bethesda porque una vez que cenaba en la finca de Freda, ésta le dijo que si le gustaba tanto Nieu Bethesda, por qué no se compraba una casa, ya que allí la propiedad es barata, y así lo hizo. Pasa ahora a hablar de su viudez. La voz cristalina, entre la nostalgia y la casi risa, menciona que el marido se fue para el otro mundo y la dejó sola en éste, como si muriéndose hubiera él cometido una diablura infantil. De pronto, como si reconociera un dato que le vino a la mente, nos informa que ella conoce a alguien que nos puede guiar en lo de Helen. Se pone de pie y en el teléfono que está en el pasillo, habla en un Afrikaans suave y melodioso. Casi de inmediato, se dispone a salir. Unas palabras a Beatrice, la sirvienta, y para nosotras, una disculpa y la promesa de volver en un par de minutos. Se aleja el carro que vuelve a acercarse poco después. Voces que hablan animadamente hasta hacerse presencia: Freda y dos ancianas, Mrs. Claassen y Mrs. Retief.


Mrs. Getruida Claassen, voluminosa, la voz rasposa que circula a saltos entre los dientes postizos, se dispone a comentar. Fue durante años la guía oficial de La Casa de los Búhos. Lanza su información con la autoridad rutinaria del que ha repetido muchas veces la misma historia: "Helen Elizabeth Martins nació en La Casa de los Búhos. Estudió para maestra. Al terminar sus estudios se casó en seguida. Se divorció al año siguiente. Enseñó en el Transvaal. Allí recibió la noticia de que su madre estaba enferma y regresó a Nieu Bethesda para cuidarla. Se quedó aquí a cuidar a su madre y más tarde, a su padre. Cuando ambos murieron, comenzó a crear las figuras del patio". Aclaración de Freda: "empezó con los búhos". Sigue Mrs. Claassen: "sacó las figuras del libro de Omar Khayyam, el Rubáiyát . Casi todo viene de ahí, hay un ejemplar de ese libro en La Casa de los Búhos. Hay inscripciones, hay pasajes de ese libro hechos en alambre. Le atraía la luz. En el alféizar de cada ventana ponía espejos, y sobre los espejos, velas. Cuando se encienden las velas, se crean hermosos reflejos". Freda añade: "cuando uno le preguntaba si podía traer gente a su casa, ella decía que le tomaría una hora encender todas las velas y que entonces podías traer a toda tu gente culta". Sigue Mrs. Claassen: "le atraía la luz... el sol, la luna, las estrellas. Trituraba vidrio en una máquina de moler carne". Freda aclara: "en un molino de café". Sigue Mrs. Claassen: "sí, un molino de café. Ponía el vidrio triturado en las paredes, en el cielo raso... usaba una especie de goma para pegar eso". Freda: "eso es lo que no hemos podido saber, qué tipo de goma usaba, porque no había gomas tan buenas en esos tiempos"... Mrs. Claassen: "creo que usaba goma común, de la que se hacía con harina, y una pistola como la que usan los albañiles. Ella tenía una de esas pistolas en su casa y la usaba para pegar el vidrio triturado a las paredes y al cielo raso". Freda: "ella era tan frágil". Mrs. Claassen: "tenía un hombre que la ayudaba". Breve pausa y sigue: "yo la conocí personalmente y la gente me preguntaba en qué cama dormía ella, pero ella decía, no, no hay tal, que ella trabajaba hasta que ya no podía más y que dormía en un colchón en el suelo. Una noche que dormía de cara al Norte, vio la luna que brillaba a través de las ventanas, se dio cuenta qué opacas se veían las paredes y decidió poner algo en ellas para hacerlas brillar. Así surgió la idea del vidrio triturado. Le tomó unos 25 años hacer todas esas estatuas. Hacía una figura de alambre y sobre eso ponía cemento". Anna le pregunta a Mrs. Claassen si Helen le habló alguna vez de su arte y Mrs. Claassen explica: "sí, una vez que estaba haciendo el Buda, me dijo que cuando lo terminara me vendría a buscar para que lo viera. Ella no permitía a nadie en el patio cuando estaba trabajando, sólo el hombre que la ayudaba. A veces, algunas gentes tocaban a la puerta y ella miraba por un hueco a ver quién era. Si la mujer del ministro de la iglesia estaba en el grupo, entonces ella abría la puerta. Después se suicidó tomando caustic soda ". (En algunos países hispanoamericanos se le llama sosa cáustica . En Cuba se le llamaba salfumán ). Cuando se la tomó, salió corriendo por la puerta del frente y entró al patio de Mrs. Hartzenberg, hasta la cocina, y allí le dijo a la muchacha que le avisara a Mevrou (que significa señora en Afrikaans), que ella se había envenenado. Se la llevaron en ambulancia un viernes, entre la una y las dos de la tarde y murió el domingo a las dos de la mañana. Dejó una carta en la que decía que se estaba quedando ciega y que así no valía la pena vivir". Anna le pregunta a Mrs. Retief si conoció a Helen y Mrs. Claassen contesta por ella: "sí, Mrs. Retief era su vecina. Helen vivía de té negro y pan moreno que cocía en el horno de cemento que está en el patio... y los vecinos le daban comida, los Hartzenberg y la misma Mrs. Retief". Freda comenta: "ella era una bonita mujer cuando era joven y era difícil reconocerla cuando era vieja. No se cuidaba, parecía un espantapájaros". Mrs. Claassen amplía el comentario: "andaba en overoles porque estaba siempre tan ocupada". Freda: "pero no se cuidaba". Mrs. Claassen habla de la abundante correspondencia que tenía Helen, que se sabía el Rubáiyáy de memoria, que después de avisar que se había envenenado, volvió a entrar a su casa y se sentó en un banco. "Allí la encontraron, sentada en aquel banco". Freda comenta: "cuando ella vivía, todo el mundo hablaba de la loca. Hasta yo hablaba de la loca. Muchos años después fue que me di cuenta de que no estaba loca, de que ella tenía derecho a vivir como vivía. No era locura". Mrs. Claassen: "era excéntrica, pero no loca. Es que nadie la conocía... ella no le permitía a nadie... ella tiene una hermana en Messina, en Swaziland". Freda la corrige: "en Mancini, en Swaziland... Aletta o Annie Leroux". Mrs. Claassen anuncia que tiene que irse. Nos despedimos de ella y de Mrs. Retief con agradecimiento, con el asombro de habernos acercado a través de ellas, a este ser casi mítico que fue Helen Martins. Freda las lleva en el carro y regresa casi en seguida. En este breve tiempo, me quedé pensando en algunas cosas que había dicho Mrs. Claassen: que Helen hacía una bebida alcohólica que les vendía a los mulatos y negros, y por eso, tuvo problemas con la policía; que el pastor de la iglesia fue a ver a Helen por generosidad, para convencerla de que se fuera a un hogar de ancianos porque ya ella estaba vieja y débil, que aunque en la obra de Fugard aparece el pastor de la iglesia tratando de forzar a Helen a irse para el hogar de ancianos, eso no es así, él creía que Helen debía de dejar de hacer ese trabajo tan duro. Freda, como para respaldar lo que había dicho Mrs. Claassen en cuanto a las intenciones del pastor, señaló que él también era un hombre minusválido, y por eso él no creía que Helen debía esforzarse tanto con las esculturas.

Freda está sentada en una butaca frente al sofá donde estamos Anna y yo. Contesta a nuestras preguntas con una amabilidad amistosa: "sí, Helen tenía una buena relación con su familia, su hermana venía a visitarla con regularidad. Mrs. Retief conocía a Helen, sabía de ella muchas cosas personales... la gente escribiría estas cosas, pero no Mrs. Retief. A Helen le atraía la música y los domingos Mr. Hartzenberg escuchaba discos. Muchas veces los Hartzenberg vieron a Helen sentada delante de la casa de ellos, escuchando la música, pero si la invitaban a entrar, ella no aceptaba la invitación. Estas son las pequeñas cosas que uno recuerda. Helen fue a la cocina de los Hartzenberg después de tomar sosa cáustica, que se usa para hacer jabón, es algo terrible aun si sólo inhalas el vapor, y si te lo tragas, te quema el esófago y todo lo demás. Helen sangraba por dentro y por fuera. Ella hubiera preferido matarse con un revólver, si lo hubiera tenido. Se dice que se suicidó porque se estaba quedando ciega, pero hay mucho más que eso. Ella estaba profundamente deprimida y ésa fue una de las razones. Otra razón es que posiblemente padecía hambre y frío... este frío de Bethesda no es solamente hoy, esto es todos los días. Y habrá otras razones, pero no nos toca a nosotros revelarlas. Sí, yo creo que le preocuparía no tener dinero, pero cuando vino su primo en un tremendo Cadillac negro y le dio dinero, ella en seguida se fue a comprar cemento. No se gastaba el dinero en ella, siempre en cemento".

Llegó la hora de nuestro regreso a Graaf-Reinet. Nos despedimos de Freda con un abrazo y con una última pregunta, quiénes del pueblo de Nieu Bethesda aparecen en la obra de Athol Fugard, The Road to Mecca, y su respuesta: "Sterling Retief, esposo de esta Mrs. Retief que conocieron hoy, Getruida Claassen y mi suegra, Mrs. van Heerden. Todos aparecen con sus nombres verdaderos menos el ministro de la iglesia".

En el número de agosto de 1989 de la revista Living publicada en Sudáfrica, viene un artículo sobre Helen y esta remota aldea del área semidesértica del Karoo, palabra hotentote que significa tierra roja : "Nieu Bethesda tomó su nombre de la Bethesda bíblica, que quiere decir 'Casa del Manantial' o 'Laguna de Misericordia', un lugar de agua muy frecuentado por sus poderes curativos. Hay en Nieu Bethesda una casa que podría llamarse Casa del Manantial. Se conoce con el nombre de Casa de los Búhos. Allí se encuentra esculpido en relieve, un rostro primitivo bajo el cual puede leerse la siguiente inscripción: Esta imagen, un dios de madera, posee poderes curativos" . El 8 de enero de 1995 volví a Nieu Bethesda con Anna y Maya Islas. Fuimos a conocer a Koos Malgas, el mulato que por muchos años trabajó en las esculturas de Helen.

Llegamos a la casa de Koos, a las afueras del pueblo. Nos recibieron él y su familia hablando Afrikaans, invitándonos a pasar, amistosos y regocijados, al oírnos mencionar el nombre de Helen Martins. A pesar de sus ojos vivaces, había en Koos una tranquilidad provocada tal vez por el cigarrillo de marihuana que estaba fumando. Su hijo Johannes se dispuso a servirnos de intérprete, a explicarnos en inglés lo que Koos le decía en Afrikaans mientras que nos rodeaban la mujer de Johannes y varios niños. La mujer de Johannes, de pie, tenía en la mano derecha un cigarrillo de marihuana y con la izquierda abrazaba a un niño como de un año de edad, pegado a su cuerpo en posición vertical que sujetaba un pecho de su madre empuñándolo con las dos manos para llevarlo a la altura de su boca y chupárselo como si fuera un mango.

Koos nos aseguró que las esculturas las hacía él siguiendo las instrucciones que le daba Helen Martins, quien a veces le traía tarjetas de Navidad para que él viera las imágenes que debía reproducir. Nos informó que Helen no tenía apenas amistades y que solamente dos mujeres la visitaban: Jill, de Cape Town, venía a pasarse fines de semana con ella. Francie, de Nieu Bethesda, era muy amiga de Helen. Según Koos, Francie ya murió.

Describe a Helen como a un encanto de persona, dulce y correcta ("she was a lovely girl, lovely, lovely, 100 per cent sweet, she was correct"). Y en cuanto a la causa de su muerte, describe cómo el vidrio que había en un pequeño horno de metal, le saltó a los ojos dejándola casi ciega y que ella no quiso seguir viviendo así. Johannes, en un tono pensativo, nos dice: "las gentes del pueblo la creían loca. Yo creo que para la gente de aquella época ella sería loca, pero hoy no la verían así".

Nos alejamos de Nieu Bethesda, Anna manejando, como siempre en nuestro viajes, y pronto nos vimos en las carreteras desoladas de Sudáfrica, sintiendo aún la presencia de Helen, su obsesión por la luz, su obsesión por dejar en aquel patio, todo un pueblo en marcha hacia el Oriente, todo un pueblo que guarda como ella, un misterio que nunca podremos descifrar.

 

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